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Entrevista a Julio Cortázar: Que el individuo se salve, si no la vida no tiene sentido...




Como si su presencia fuera celestial, lo veo llegar cubierto de un halo divino. Hace una dramática entrada, parece conocer la rutina de memoria. Se saca el abrigo sin dejar de fumar, sus ojos verdes tienen un brillo especial, parece estar emocionado por la entrevista “No me han entrevistado hace un par de décadas ya, que locura verdad?” comenta. Su presencia me intimida, debo levantarme y hacer esfuerzos para lograr saludar a este metro noventa y pico de genialidad argentina. Mis intentos de alcanzarlo hacen que Cortázar suelte una carcajada, “Quién diría que a mi edad seguiría siendo tan alto, esperaba poder encogerme en algún punto, volverme una abreviatura, una versión de un Yo pero más pequeño” dice mientras se sienta en un moderno sillón blanco al que mira con curiosidad, como si intentara entender su extraña forma ovalada. 
Afuera llueve sin parar, y él no tiene ni una gota de agua encima. Mira como la lluvia resbala por la ventana “Como quisiera poder mojarme una vez más, sentir el frío calarme los huesos…” Dice con nostalgia. Es extraño tenerlo en frente, su presencia me llena de emoción y de miedo. Intento dejar los prejuicios a un lado y lo miro fijamente. El me sonríe y deja ver un par de dientes negros, yo le sonrío de vuelta, es hora de comenzar. 

¿Qué se siente volver a Latinoamérica después de tantos años? ¿Cómo percibe Cortázar a su país? 

Soy un latinoamericano que lo quiso leer todo, saber todo, que ha devorado muchas páginas, pero que también ha cambiado, porque mi vida ya no es la misma de antes. Ahora no puedo leer y escribir todo el día, creo que es la edad, pero no se me permite tomar una pluma o un libro. No puedo ni oler el papel, es algo muy extraño que viene torturándome todos estos años. Sin la escritura y la lectura, ya sólo existo, no vivo. Años atrás, París fue mi ciudad del exilio, lugar donde encontré paz para escribir. Ahora las raíces me han regresado a Buenos aires, a pesar de que he vuelto, sigo creyendo que París es y será el sitio perfecto para alguien como yo, para mis gustos. Buenos Aires me ha llenado de gozo en los últimos años, ya he perdido la cuenta de cuántos son. Creo que el tan famoso “calentamiento global” está afectando al clima de la ciudad, yo recordaba al frío más frío y al calor más calor. Ahora todo se mantiene con una temperatura promedio, aunque he llegado a creer que el del problema soy yo, mientras muchos andan envueltos en bufandas y chaquetas, yo apenas y uso ése abrigo negro que esta allá. Será que la edad me ha hecho inmune al frío o yo no se, pero eso me ayuda mucho a caminar por la ciudad sin preocuparme más que por lo que pueda percibir con mis oxidados sentidos. He notado que la gente ha dejado de ser educada, muchas veces intento saludar a alguien y no me responden el saludo. Creo que ya nadie quiere saber sobre este viejo que vaga por la ciudad. Muchas cosas han cambiado, a pesar de todo Buenos Aires no ha dejado de ser la bella ciudad que recuerdo de mi infancia. 


¿Entonces preferiría volver a París? ¿Cree que allí podría volver a escribir?

Mi desdicha y mi dicha desde pequeño fue el no aceptar las cosas como me eran dadas. A mi no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa o que la palabra madre era la palabra madre y ahí se acaba todo. al contrario, el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mi un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas. Como le decía hace un momento, no he podido tocar una pluma o un libro en muchos años, además de que no logro encontrar una máquina de escribir. Ahora todo el mundo usa esas cosas que hacen llamar computadoras, son toda una ciencia para mi, cada vez que intento usar una fracaso. Este incompleto en mi existencia me ha llevado a dejar de vivir para sólo existir. Ya ni el tabaco me sabe igual. A pesar de todo no me he rendido, he viajado a París en busca de una solución, pero el del problema parece ser  que soy yo. La mayoría de gente ya no me reconoce, muy pocas personas se acercan a mi y me preguntan qué busco, qué necesito. Siempre tan amables, es curioso, la mayoría de veces hacen las mismas preguntas. Muy en el fondo sé, que no podré volver a escribir, las ideas que tengo se quedarán rondando en mi cabeza hasta que pueda sacarlas apropiadamente, espero con ansias ese día. 

Entonces se ha convertido en un viajero, ¿ha estado sólo en Argentina y Francia estos últimos años? ¿O ha visitado más lugares del globo?

He caminado sin descanso durante estos años, me dediqué a conocer Latinoamérica a pie. Me alegra ver que la mayoría de sus países han progresado. Quise quedarme en Cuba protestando sobre la revolución, pero existe una fuerza cósmica que hace que regrese a Buenos Aires. No me quejo  por que aquí me siento más seguro, a pesar de lo que dicen en la televisión sobre la inseguridad y la delincuencia. Creo que pertenezco aquí. Se puede, entonces, seguir andando y desandando, anulando el prejuicio de las leyes físicas, entendiendo y entendiéndose desde una visión y un lenguaje que nada tiene que ver con la historia y la circunstancia. Como si todo fuera alcanzado por un progresivo retorno, miro ahora mi ciudad con la mirada del que viaja en la plataforma de un tranvía, retrocediendo mientras avanza, y de tanto perfume nocturno, de incontables encuentros con gatos y bibliotecas y Cinzano y Razón Sexta y cine continuado, me vuelven sobre todo los tiempos de estudiante, los bares automáticos de Constitución, la calle Corrientes de las primeras escapadas temerosas de los años treinta. Corrientes inconcebibles hoy, con sus orquestas de señoritas, sin cines largos y estrechos y una pantalla neblinosa donde personajes de barba y levita corrían por salones lujosos a pobres chicas con sombreritos y tirabuzones y a eso llamaban películas realistas. Son las rabonas de Plaza Italia con un sol caliente de libertad y pocas monedas, de penumbra alucinatoria del Pasaje Güemes, el aprendizaje del billar y la hombría de los cafés del Once, las vueltas por San Telmo entre la noche y el alba, un tiempo de cigarrillos rubios y tranvía 86, Villa Urquizo y la Plaza Irlanda, donde un breve otoño fui feliz con alguien que murió temprano.








Sabemos que la muerte de Carol Dunlop lo ha afectado terriblemente, ¿Cómo lo ha tomado con el paso de los años?

Con la muerte de Carol no ha pasado el tiempo, siento aún que fue ayer cuando nos dejó. No existe día en el que no la extrañe. La visito constantemente en su tumba en Montparnasse, desgraciadamente cuando la visito siempre encuentro rocas, copas de vino y cartas encima de su tumba. La ira me consume cada vez que veo este panorama, o tenía más admiradores de los que ella podría contar, o simplemente existe gente inescrupulosa que se reúne a beber en su lápida. Se lo he dicho al cuidador del cementerio, pero curiosamente, siempre que me acerco a él, corre desaforado. He llegado a pensar que le tiene alguna especie de fobia a la gente, ya que lo he visto hacer lo mismo con otras personas que visitan el cementerio.

Su rostro se llena de preguntas, no siento que pueda decirle que lleva muerto ya 28 años, y que las piedras, copas de vino y cartas que encuentra encima de la lápida de Carol, son recuerdos que sus admiradores dejan en su tumba como un homenaje a su obra. Luce aturdido, confundido. No siento pertinente hacerle más preguntas. El genio sigue allí pero se ha extinguido lentamente con los años, lo mantiene en la tierra su deseo de escribir pero vive en un constante sufrimiento al no poder hacerlo. Quisiera poder ayudarlo, pero el único que puede encontrar el eterno descanso es él. Tal vez no quiera descansar, o simplemente no podrá nunca hacerlo por su infinito amor a la literatura. Cortázar vuelve su mirada a la lluvia que cae lentamente sobre Buenos Aires, su triste mirada es lo primero que se desvanece al momento que cierra sus ojos. Le sigue el resto de su cuerpo, y vuelvo a quedarme sola en la habitación con una extraña sensación. Indudablemente, Julio Cortázar será por la   eternidad un cronopio que mientras el tiempo transcurra, no dejará de cambiar nuestras vidas con   cada una de sus narraciones...

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INFOGRAFIA: PARQUE NACIONAL YASUNI

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